Eran si acaso mis treinta y más años cuando lo vi embarcar, todos ya lo sabían, ese sería mi último día que lo vería caminar con desdén; y ¡claro! su cabello desaliñado ya no volverá, era de suponerse, pero... ¿por qué ellos que ni lo conocieron pudieron deducirlo? Y yo que le abrochaba el saco cada mañana no lo supuse, ¡vaya! Quizá debí abotonarlo mejor, es lo más seguro, eso fue, por eso se marchó.
Pero que ingratitud, hasta el viento mismo apostó en mi contra y como una forma de enmendar su traición me acompañó a despedirlo, iba jugueteando conmigo, arrugaba mi vestido y acomodaba mi cabello, al mismo tiempo que caminaba acariciaba mis rodillas hasta llegar a mis piernas, las acorralaba, me quería seducir pero ya no accedí.
No pude ni acabar mi oración de la mañana cuando llegué hasta él y al ponerme de frente no había mucho que hacer, sólo asintió la cabeza, bajó su boina y el lente que lo acompañaba, y no dijo nada, sabía que no había palabras, pues no llevaba su red para atraparlas y siguió su camino.
No importa cuando ni quién, porque lo que fue ya paso y lo que queda es el dolor y un nombre no hace la diferencia aunque sí la de haber perdido años que no llegaron, es como si siguiera en mis veintidós y viví algo que no ha pasado, ¡que locura! ¿Pero entonces? ¿Qué fue de él? ¿Acaso sólo fue un sueño cruel que me hizo sentir un vacio insensato y una obstinación por verlo regresar?
Como sea, estaré preparada para verlo volver, y aunque no se su nombre ni edad, es más ni siquiera sé si le gusta el pay, se que llegará y entrara por cualquiera de las cinco puertas que le mandé a hacer, ¿acaso es demasiado? Lo dudo, el problema no radica en las puertas sino en mi obstinación por verlo entrar y seguramente tomaría una puerta distinta cada día y no dejará de sorprenderme a su llegada.
Pero que ingratitud, hasta el viento mismo apostó en mi contra y como una forma de enmendar su traición me acompañó a despedirlo, iba jugueteando conmigo, arrugaba mi vestido y acomodaba mi cabello, al mismo tiempo que caminaba acariciaba mis rodillas hasta llegar a mis piernas, las acorralaba, me quería seducir pero ya no accedí.
No pude ni acabar mi oración de la mañana cuando llegué hasta él y al ponerme de frente no había mucho que hacer, sólo asintió la cabeza, bajó su boina y el lente que lo acompañaba, y no dijo nada, sabía que no había palabras, pues no llevaba su red para atraparlas y siguió su camino.
No importa cuando ni quién, porque lo que fue ya paso y lo que queda es el dolor y un nombre no hace la diferencia aunque sí la de haber perdido años que no llegaron, es como si siguiera en mis veintidós y viví algo que no ha pasado, ¡que locura! ¿Pero entonces? ¿Qué fue de él? ¿Acaso sólo fue un sueño cruel que me hizo sentir un vacio insensato y una obstinación por verlo regresar?
Como sea, estaré preparada para verlo volver, y aunque no se su nombre ni edad, es más ni siquiera sé si le gusta el pay, se que llegará y entrara por cualquiera de las cinco puertas que le mandé a hacer, ¿acaso es demasiado? Lo dudo, el problema no radica en las puertas sino en mi obstinación por verlo entrar y seguramente tomaría una puerta distinta cada día y no dejará de sorprenderme a su llegada.