PARTE 8
¡Cómo podría olvidarte Cleotilde!- reclamaba Don Joaquín a su propio reflejo, aquel espejo tirano que lo muestra con una mirada demacrada y arrugada, sino fuera él, seguro que no lo reconocería; trata de mover sus manos entumidas y pasarlas por su rostro, quiere recorrer cada una de sus arrugas y sentir aquella piel de cartón que no se humedecerá porque ya no puede derramar lagrimas, las últimas se las regalo a su querida Cleotilde en el momento en que sus parpados cayeron; mientras frunce el ceño para mirarse con más detalle, se da cuenta que ya no queda rastro de aquel joven que llegó a ser alguna vez, un soldado corpulento y bien parecido, con manos grandes y de carácter fuerte, que con tales características podía conseguirse a la mujer que quisiera de los pueblos a los que tenía que llegar y lo hizo.
Mientras descubría sus botellas de vino que Lauren le había escondido en su desván, miraba de reojo al enorme cuadro que tenía de Cleotilde, mujer de figura discreta y delgada, realmente sin muchas siluetas, en el cuadro se muestra con un vestido muy escotado que irónicamente no dejaba ver mucho, ella de piel pálida, con cabello recogido, lo suficiente para dejar ver esos enormes pendientes de azul turquesa que caen sobre su cuello, sus enormes ojos hacen juego con aquellos aretes y su boca alargada con deliciosos labios rojos. Su belleza no era común eso era lo que le hacía tan especial, pero mientras la miraba Susell aparecía en su mente, eran tan marcado su parecido a acepción de las delineadas siluetas, pero, ¿quién se fija en eso?
Ya estaba festejando su triunfo de por fin tomar unos cuantos tragos de su olvidado vino cuando escucha toques fuertes y desesperados sobre la puerta, con una enorme molestia se acerca murmurando palabrerías sobre quien estuviera a esas horas de la noche molestando a un anciano con enormes deseos de dar un gran trago a su extrañado pero no olvidado vino. Se escucha el sonido de los cerrojos abrirse y comienza el rechinido de la puerta que no termina de cantar, porque es parada por Susell, quien rápidamente pasa y cierra sin dudar la puerta, pareciera que huía de algún malhechor.
Don Joaquín se siente asombrado y desea hacer muchas preguntas, quisiera saber quién es el hombre con quien se frecuenta en las noches o que hace en esos momentos en su casa, pero no se atreve porque no pretende preguntar más de lo que le quieran decir y lo único que le interesa es ver a Susell frente a él.
Susell se ve más pálida que de costumbre, hay un poco de sudor sobre su rostro, su cabello se ve con otro tono más rojizo y su vestido es tan corto que deja ver con permiso a sus alargadas piernas, su respiración es tan agitada que deja ver el movimiento de sus pechos y los hace más pronunciados a la vista; camina un poco y trata de calmarse y lo primero que ve a su paso es una copa de vino, va directo hacia ella, Don Joaquín sólo la observa y mira como derrama un poco sobre su boca, quisiera que ese vino no se desperdiciara.
Se acerca Don Joaquín y la acompaña con unos tragos, no hay palabras, no quiere arruinar el momento y cuando por fin él iba a decir una palabra ella con arrebato se ríe, suelta una carcajada escandalosa pero no molesta, le pide una disculpa por haber entrado así, pero no podía seguir afuera mientras Rafael estuviera buscándola como un león buscando a su presa; no quiso decir más, se veía ansiosa. Cruzo la pierna a propósito porque sabía que Don Joaquín estaba mirando, ella es una mujer que le gusta ser observada y que cualquiera note su belleza, quiere ser deseada sólo por esa noche, sólo por ese viernes.