Quinta parte.
Llegó a casa, se deshizo de las zapatillas justo al entrar y se fue directo a su cama, se acostó y mientras se dejaba caer notó aquel nuevo vestido desconocido que le hacía notar curvas delineadas, comenzó a espantarse, no recordaba nada de la noche anterior es más pareciera que ni siquiera su propio cuerpo y aunque lo recorría con sus manos para reconocerlo, sólo tenía como resultado pensar en Rafael, un tipo sin escrúpulos, corpulento y bien parecido, hombre con mañas, de personalidad temperamental; cada vez que la veía se notaba su lujuria igual que se le notaba cuando veía a cualquier otra más.
Pero esta vez ella se notaba diferente, ya no tenía una mirada cálida ahora parecía que en sus ojos había deseo, necesidad de encontrarse a alguien a su paso y quería conseguirlo, así que pensó en ir a por los callejones seduciendo a los hombres que la voltearan a ver con indiscreción, tal como lo ha hecho otras veces, haciendo miradas insinuantes con sonrisa maliciosa.
Ya estaba a punto de levantarse para alistarse, cuando de repente comenzó a sudar y no era de ese mismo sudor de pasión como la que en ocasiones le hacen sentir, esta vez era de una terrible calentura que le deparaba por la lluvia del día anterior, en verdad no le gustaba estar así pues su mente delira cada vez que enferma y comienza a ver cosas que nunca recuerda a ver visto y esta vez no fue diferente. Entre su delirio se encontraba sola en la noche pero en un parpadear había un acompañante, ahí estaba Don Joaquín, rozando sus manos con las de ella para ofrecerle un pañuelo, desnudándola con la mirada al mismo tiempo que le sonreía, murmurando el nombre de Susell, -¿Me dijo Susell a mí? Yo soy Eleonor - dijo con voz temblorosa, pero nadie le hizo caso en su alucinación.
Despertó con mucho miedo, se encontraba sola como siempre y confundida como en todas las mañanas, no podía responderse como es que llegaba de la nada a su casa sin recordar a donde había estado y ni siquiera que es lo que había hecho.
Mientras tanto Don Joaquin no desayunó ni siquiera se atrevió a mirar a la mesa, aquel anciano triste y ausente, ahora tenía más vida que cualquier otra persona, pues lo que su mente se atrevió a divagar le dio ese deseo de ser hombre, recordar a la mujer que fue suya tal cual se entregaba a él, sin pudor y con deseo, en donde no había reglas mientras se tenían uno enfrente de otro, sólo buenas mañas; recordarlo fue volver a sentirlo.
Esta vez no pretendía ir a misa, no sentía deseos de asistir y dar limosna, porque los deseos que tenía no se asemejaban en nada a los que le querían enseñar, sólo quería vivir aprovechando el tiempo que le quedaba y gastar su dinero, sentía que era el momento de disfrutar, quería compartirlo y vivirlo con alguien más que su gato y su compañera Lauren, su ama de llaves, quien es una persona de semblante tenue pero muy entrometida, mujer de 40 años con muchas historias que contar, no podía estar sin hablar pereciera que era igual de importante que respirar; pero no nos detengamos en ella, nunca parará de hablar y no dirá por ahora nada relevante.
Así que Don Joaquín salió de su casa y volvió al parque en donde había encontrado a Susell, sentía esos nervios como cuando era joven, era emocionante porque son sentimientos que nunca quieres olvidar y él los estaba pasando, aunque si desesperantes porque no sabía si la volvería a ver, ni siquiera sabía si recordaría su casa ni a él, así que se propuso esperarla cada viernes en ese mismo lugar, pero ahora estará mejor preparado porque llevará consigo un paraguas por si la lluvia vuelve a hacer de la suya.